martes, 28 de septiembre de 2010

WALT WHITMAN CANTO A MI MISMO (CANTOS XXIV A XXVIII)

CANTO XXIV
 

Yo soy Walt Witman……
Un cosmos. ¡Miradme!
El hijo de Manhattan
Turbulento, fuerte y sensual;
como, bebo y engendro…..
no soy sentimental.
Ni por encima ni separado de nadie,
ni orgulloso ni humilde.

Desclavad las cerraduras de las puertas.
Sacad las puertas mismas de sus goznes.
Quien humilla a otro
me humilla a mí.
 
Y todo lo que se dice y lo que se hace repercute en mí.
 
De mí surge la inspiración:
y lo corriente y lo vulgar.
 
Yo digo la palabra mágica y primera
y doy el santo y seña de la democracia.
 
Y digo que no aceptaré nada que no tenga una réplica inmediata y numerosa.
 
De mi garganta salen voces largo tiempo calladas,
voces de largas generaciones de prisioneros y de esclavos,
voces de ciclos de preparación y crecimiento,
voces de desesperados y de enfermos,
voces de ladrones y de enanos,
voces de cuerdas que conectan las estrellas,
voces de matrices y de gérmenes paternos…..
 
Voces de odio:
la voz del deformado,
del trivial,
del estúpido,
del loco,
del resentido;
la voz de la niebla en el aire,
la voz de los escarabajos que ruedan su bola de estiércol……
 
De mi garganta salen voces olvidadas;
voces de sexo y de lujuria,
voces veladas que yo desgarro,
voces indecentes que yo clarifico y transfiguro……
 
Yo no me tapo la boca
ni pongo el índice sobre los labios.
Me estremezco ante el vientre lo mismo que ante el corazón y la cabeza.
La cópula tiene el mismo rango que la muerte.
Creo en la carne y en los apetitos.
La vista,
el oído,
el tacto…
son milagros.
Y cada partícula,
cada apéndice mío
es un milagro.
Soy divino por dentro y por fuera
y santifico todo lo que toco
y todo lo que me toca:
el olor de mis axilas es tan fino como el de una plegaria;
y esta cabeza mía
vale más que las iglesias,
las biblias
y los credos.
 
Cuando adoro una cosa más que otra, adoro tan sólo la extensión de mi cuero o de una parte de mi cuerpo.

Tú no eres más que la réplica deslumbrante de mí mismo.
 
Surcos y tierra húmeda, eso eres tú;
la reja firme y masculina del arado,
todo cuanto en mí se cultiva y se labra;
eres mi sangre fecunda
y tus corrientes pálidas de leche, las ordeñas en mi vida;
eres el pecho que se aprieta a otro pecho
y en mi cerebro están tus circunvoluciones ocultas;
raíces lavadas del cáñamo,
tímida alondra,
nido oculto de huevos duplicados….. eso eres tú;
heno mezclado y tundido de la cabeza, de las barbas y de la carne dura….. eso eres tú;
jugo fermentado de manzanas,
fibras de trigo viril,
sol generoso……. eso eres tú;
vapores que iluminan
y apagan mi rostro……. eso eres tú;
arroyos de sudor y de rocío….. eso eres tú;
viento que acaricia mi carne con el cosquilleo de los genitales en celo,
amplios campos vigorosos,
ramas de roble vivo,
amante compañero en mi vagar sin rumbo….. eso eres tú;
manos que yo he apretado,
rostro que yo he besado,
hermana criatura a quien mis brazos estrechan sin cesar…… ¡eso eres tú!

Me asombro de mí mismo.
Chocheo ante mi ser.
¡Hay en él tantas cosas admirables!
Cada momento de mi vida
y cuanto sucede en mí
me estremece de júbilo.
 
¿Por qué se doblan mis tobillos
y cuál es la causa de mis más insignificantes deseos?
¿Por qué irradio amistad….
y por qué la recibo?
Cuando subo las escaleras de mi casa me detengo y digo de pronto: pero ¿es esto cierto?
La enredadera que trepa por mi ventana me satisface más que toda la metafísica de los libros.
¡Oh, maravilla del alba!
Una tenue luz allá lejos deslíe las sombras diáfanas e inmensas.
El aire es un manjar para mi lengua.
Del mundo movible
saltan en silencio,
brincan inocentes,
rezuman frescas
masas que cruzan oblicuas
hacia arriba y hacia abajo.
Algo que no puedo ver eriza púas libidinosas,
y mares de jugos resplandecientes
inundan la bóveda celeste.
La tierra y el cielo se juntan.
Y de esta diaria conjunción llega por el oriente un reto que se posa un instante sobre mi cabeza para decirme agresivo y burlón:
¿Serás tú el amo de todo esto?

CANTO XXV
 
Tremenda y deslumbrante el aurora me mataría si yo no llevase ahora y siempre otra aurora dentro de mí.
 
También nosotros ascendemos, deslumbrantes y tremendos como el sol,
también nosotros, alma mía, encontramos lo nuestro
en la calma y en la frescura del alba.
 
Mi voz llega hasta donde mis ojos no alcanzan
y con el giro de mi lengua lanzo mundos y nebulosas de mundos.
 
Mi discurso no es más que el hermano menor de mis sueños,
va de la mano de mi visión.
Solo no puede medirse,
me provoca sin cesar y me dice sarcástico:
“ya tienes bastante, Walt…… ¿por qué no te conformas?”
¡Cállate, necio…. cállate!
Tú sabes mucho de articulaciones……
¿Pero sabes tú cómo se repliegan los brotes bajo la tierra?
Aguardan en la sombra, protegidos por la nieve,
hasta que se abre el mantillo ante mis proféticos aullidos.
Porque mi sabiduría, que son las partes vivas de mi ser.
se armoniza con el significado de todas las cosas:
la alegría (quien quiera que me oiga, él o ella, que salga a buscarla ahora mismo).

Mi grandeza, ni la sospecha siquiera.
No quiero decirte quién soy en realidad.
Puedes medir mundos….. y mundos….. y mundos
pero no intentes jamás medirme a mí.
Tus sutiles argucias las desbarato yo con sólo mirarte.
Escribiendo y hablando no se me prueba.
La gran prueba de quién soy la llevo yo en mi rostro….
y sólo con el silencio de mis labios anonado al escéptico.
 

CANTO XXVI

Y ahora no quiero sino escuchar.
Ensanchar este canto todo lo que oiga….
¡Que todos los ruidos del mundo se viertan en él!
 
Oigo
el bullicio de los pájaros,
el sordo rumor de la espiga que se levanta,
el cuchicheo de las llamas,
el chasquido de los leños que cuecen mi comida,
oigo el sonido que más amo: la voz del hombre,
gritos que marchan juntos,
que se mezclan,
que se funden,
que se disgregan…..
oigo los ruidos de la ciudad y del campo,
los ruidos del día y de la noche….
 
Muchachos que conversan con aquéllos que los aman,
la risa abierta de los trabajadores a la hora de la comida,
la nota agria de la amistad deshecha,
los quejidos del moribundo…..
 
Oigo la voz del juez que pronuncia, con las manos agarradas a la mesa y los labios pálidos, una sentencia
de muerte,
los gritos de los estibadores que descargan los barcos atracados al muelle,
el estribillo de los que levantan el ancla,
el tañido de la campana de alarma,
los gritos de ¡Fuego!
el zumbido y el estrépito de las máquinas y de los carros de bomberos, con sus luces de colores, que van pidiendo paso;
oigo el silbato del tren que arrastra su carga pesada de vagones;
oigo la marcha lenta que suena al frente de unos soldados que caminan de dos en dos,
(van a hacer guardia ante un cadáver;
hay crespones negros en el asta de las banderas)
 
Oigo el violonchelo (es el lamento de un corazón adolescente),
oigo el cornetín que penetra agudo en mis oídos y retumba enloquecido en mis entrañas.
 
Oigo el coro –asisto a una gran ópera--,
ahí está el tenor, fuerte y joven como la creación.
La órbita flexible de su boca vierte sobre mí cataratas de gozo.

Oigo a la soprano. (¿Qué vale mi canción comparada con la suya?)
 
La orquesta me lleva en giros más amplios que los del planeta Urano,
y saca de mí entusiasmos que yo desconocía;
me levanta y me hace navegar desnudo por mares indolentes cuyas ondas acarician mi cuerpo.
Un granizo amargo y enemigo me azota y pierdo el aliento.
Me siento hundido en un baño dulce de morfina y mi garganta se anuda como si fuese a morir….
Al fin vuelvo otra vez a este enigma de los enigmas que llamamos el Ser.

CANTO XXVII

¿Qué significa existir en una forma?
Vamos girando todos sin cesar para volver otra vez desde la curva más distante.
Si no hubiese nada más desarrollado que una ostra en su cascarón de piedra, eso sería bastante.
Pero yo no tengo cascarón.
Poseo hilos conductores rapidísimos, ya esté quieto o en marcha.
tentáculos que se apoderan de todas las cosas y las llevan intactas a través de mi ser.
Cuando rozo, palpo o siento con mis dedos, soy feliz.
Y tocar otro cuerpo es algo que apenas puedo resistir.
 
CANTO XXVIII

Y ¿qué es tocar, qué es sentir otro cuerpo?
Es entrar tembloroso en una nueva identidad.
Llamas y éter precipitándose por mis venas.
Es algo de mí mismo que me traiciona y sale violento a ayudar a este fuego.
Mi cuerpo y mi sangre se mueven como el rayo para caer sobre esto que llega y que apenas se diferencia de mí.
Por todas partes incitadores salaces que paralizan mis miembros.
y fuerzan la ubre de mi corazón hasta sacarle la última gota;
incitadores que se conducen desvergonzadamente conmigo y no me obedecen.
Con no sé qué intención me privan de lo mejor de mí mismo,
desabrochan mi ropa y me sujetan por los lomos desnudos;
me alucinan en mi confusión con la calma del sol y de los prados,
desplazan orgullosos mis sentidos (mis compañeros de trabajo),
los sobornan para hacer cambalache con el tacto y recoger todas las sensaciones de mi piel,
se burlan de mis fuerzas exhaustas y de mi cólera,
llaman al resto de la chusma incitadora para que se diviertan un rato.
y al fin todos se juntan en montón para atormentarme.
Los centinelas abandonan las otras partes comprometidas de mi ser,
me entregan inerme a un saltedor sanguinario
y se unen a los demás para contemplar y precipitar mi derrota.
Traidores fueron que me dejaron en su manos
Pero ¿qué estoy diciendo?
¡Soy un miserable!
Nadie más que yo fue el traidor.
¡Yo soy el gran traidor!
Yo mismo que uní a la facción,
mis propias manos me llevaron allí.
¿Qué estás haciendo, tacto maldito?
¡Déjame, déjame!
Mi garganta se cierra, mi aliento se para……
¡Por favor, por favor….. abre tus compuertas!
¡Eres más fuerte que yo!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, muy interesante el articulo, muchos saludos desde Colombia!