Movimiento de traslación
Estrépito de platos
losa y acero entrechocan
en este mar de voces
y música
entre el zumbido persistente de mi dolor de cabeza
que sufro en silencio
los labios sellados
ajena a las risas
levanto vuelo girando
con polvo de estrellas
hasta llegar frente a un hombre
que visité en el pasado
un asturiano al cual llamo el sabio.
Lo veo
sus dedos son garras en su alambrado
que delimita un jardín
de pinos, aloe vera, eucaliptos
un oasis
ganado al monte de cactus.
Con la vista en el horizonte el sabio contempla
el crepúsculo diario de dos soles, y dice:
“La octava civilización es esta, se acaba”.
“Al planeta lo atacan las fuerzas del caos”.
“No podemos hacer mucho”.
El sabio nos mira
con negras pupilas estrambóticas
con certeza
él lo ve todo:
otras civilizaciones
entes de luz
duendes
fantasmas
dimensiones
y tiene un diálogo intenso con los árboles.
¿Dónde está la salida,
hombre sabio?
¿Dónde la puerta de escape
para abrirla?
Existencia sin razón
impertérrita
impasible, inalterable.
No pregunta nunca dónde va.
¿A dónde vas, alma?
No hay que llegar a ninguna parte
la traslación dura más de trescientos días
rota sobre tu eje
como la tierra y el sol
es imposible dejar tu órbita
o ser una excepción en la naturaleza
y en la dinámica de la gravedad.
Nos fuimos del jardín del sabio felices
dichosos por las incógnitas
el aleteo de fe que titila ligero
aunque aún nos falten siglos
para ir a esas regiones
de existencia impertérrita
inalterable,
poética
igual que una mujer
con el pelo rojo en llamas
y su túnica del azul del cielo
y su cuerpo serrano, de la tierra olorosa
negra y espesa de la pampa, ese vértigo acostado
y el aura violeta.
Aire y fuego
alas, hogueras
dame agua
mucha agua
de un torrente subterráneo.
La música suena
me llega el sonido
y bailan mis huesos
aunque aún sepa muy poco
de aquello de lo que habló el sabio
ese hombre loco
enfermo y de pupilas dilatadas.
Estrépito de platos
losa y acero entrechocan
en este mar de voces
y música
entre el zumbido persistente de mi dolor de cabeza
que sufro en silencio
los labios sellados
ajena a las risas
levanto vuelo girando
con polvo de estrellas
hasta llegar frente a un hombre
que visité en el pasado
un asturiano al cual llamo el sabio.
Lo veo
sus dedos son garras en su alambrado
que delimita un jardín
de pinos, aloe vera, eucaliptos
un oasis
ganado al monte de cactus.
Con la vista en el horizonte el sabio contempla
el crepúsculo diario de dos soles, y dice:
“La octava civilización es esta, se acaba”.
“Al planeta lo atacan las fuerzas del caos”.
“No podemos hacer mucho”.
El sabio nos mira
con negras pupilas estrambóticas
con certeza
él lo ve todo:
otras civilizaciones
entes de luz
duendes
fantasmas
dimensiones
y tiene un diálogo intenso con los árboles.
¿Dónde está la salida,
hombre sabio?
¿Dónde la puerta de escape
para abrirla?
Existencia sin razón
impertérrita
impasible, inalterable.
No pregunta nunca dónde va.
¿A dónde vas, alma?
No hay que llegar a ninguna parte
la traslación dura más de trescientos días
rota sobre tu eje
como la tierra y el sol
es imposible dejar tu órbita
o ser una excepción en la naturaleza
y en la dinámica de la gravedad.
Nos fuimos del jardín del sabio felices
dichosos por las incógnitas
el aleteo de fe que titila ligero
aunque aún nos falten siglos
para ir a esas regiones
de existencia impertérrita
inalterable,
poética
igual que una mujer
con el pelo rojo en llamas
y su túnica del azul del cielo
y su cuerpo serrano, de la tierra olorosa
negra y espesa de la pampa, ese vértigo acostado
y el aura violeta.
Aire y fuego
alas, hogueras
dame agua
mucha agua
de un torrente subterráneo.
La música suena
me llega el sonido
y bailan mis huesos
aunque aún sepa muy poco
de aquello de lo que habló el sabio
ese hombre loco
enfermo y de pupilas dilatadas.
Poesia de Agustina Taboada
Foto de Pablo Cerneaz